Por lo general los sueños tienen mejor prensa, ocupan un lugar más importante que el deseo, que tiene el costado un poco chancho de ligarse al deseo sexual. Los sueños están por lo general cargados de ese ánimo un poco triste que caracteriza a lo que se sabe que no puede ser. Incluso esa característica es parte de su buena prensa: a la opinión pública le parece romántico y encantador que alguien quiera lo que no puede formar parte de este mundo, como un desafío a la existencia, como una negación infantil a aceptar los límites de lo real. En la vida llena de sueños estamos en el reino del imposible insensatamente afirmado como virtud: el sueño es una instancia de negación de la vida, a la que lo posible le parece poco, o para la que por lo menos lo posible resulta ser demasiado tosco y brutal. El sueño es un refugio.

El deseo es expresión sensible, que no necesita justificarse (que pide más bien aceptación y trabajo posterior), y por lo mismo fuerza de una vida que busca abrirse paso en una realidad con la que deberá llegarse a un entendimiento. Allí donde hay muchos sueños, y por lo tanto, tras la apariencia de valor superior, pasividad, suele encontrarse una incapacidad para expresar y vivir el deseo. Los sueños son el horizonte idealizado que testimonia la incapacidad para vivir en el más terreno y productivo campo del deseo.

Esta diferenciación entre sueño y deseo implica una importante distinción y permite identificar qué fuerzas (deseos) en la vida personal provienen del reconocimiento maduro de las circunstancias y las posibilidades y cuales, por otro lado, representan una expresión aparentemente superior (sueños) pero anulan la voluntad y la chance de concreción. Es útil que un alumno de filosofía, que debe refinar sus capacidades de pensamiento, pueda establecer la diferencia entre aquellas cosas valiosas que puede intentar y lograr y la pura añoranza idealizada de imposibles. El objetivo del tratamiento de este tema es el de educar a los alumnos en la distinción entre estas instancias para alcanzar una capacidad incrementada de desear y actuar los propios deseos. El logro final es acercar el pensamiento a un nivel operativo en relación con la puesta en juego, por parte de los alumnos, de sus energías más vitales en la realidad en la que están inmersos.

Para desarrollar el tema se me ocurren las siguientes tareas:

1. redacción de un texto llamado "qué quiero", en el que los alumnos confeccionen una lista de 20 cosas que quieren (aun no se pone en juego la diferencia entre sueño y deseo).

2. trabajo sobre las listas con el objetivo de distinguir entre las cosas que son sueños y las que son deseos.

3. traducción de los sueños a deseos

4. selección de 5 deseos y confección de una lista de pasos por los cuales ese deseo puede llegar a ser realidad vivida concreta

5. organizar grupos de trabajo que puedan encuestar a terceros para guiarlos en la realización de la misma experiencia de distintición entre sueño y deseo y en el paso siguiente de planificación de la instrumentación de los deseos.