"Succionado, absorbido por un vórtice de banalidad... acabas de perderte el siglo XX. Estás al borde del milenio, ¿cuál?, ¿eso qué importa? [...] Lo cautivador es la mezcla de fundidos. El contagio ardoroso de la fiebre del milenio funde lo retro con lo posmo, catapultando cuerpos con órganos hacia la tecnotopía... donde el código dicta el placer y satisface el deseo". (VNS Matriz, 1991: Manifiesto de la Zorra Mutante).
Cuando se trata de abordar el problema de la Educación Artística me asaltan muchas dudas que en parte
corresponden a problemas conceptuales y en parte a dificultades de método, y me cuestiono cómo, por
qué y qué formas de enseñanza se han venido sucediendo como distintas soluciones para su
escolarización. Uno de los puntos de partida que podemos convenir, para tratar de entendernos y tratar de
centrar a qué nos estamos refiriendo, es que en la cultura educativa y artística de nuestro país
el tipo de Educación Artística que se ha venido implementando históricamente ha mantenido un
tipo de concepto y métodos similares sin diferenciar prácticamente nada entre la necesidad que provoca
la educación general de los ciudadanos o la que pudiera requerir un profesional de las artes. Y esta
afirmación alcanza a todas las artes, aunque en alguna de ellas el problema sea más o menos
profundo.
Sin embargo, no pretendo realizar hoy un análisis que nos transporte a arduas consideraciones o a cerradas
posiciones. Mi intención es abordar la situación general en que nos encontramos, valorar las
posibilidades potenciales y, tratando de hacer un alarde de prospectiva, intentaremos conocer el futuro que nos
espera. Es más interesante, en estos momentos, hacer conjeturas del futuro, como un hecho sobre el que
posiblemente todavía tenemos una cierta capacidad de acción y decisión, que no sobre el presente
y pasado irremisibles.
Y todo lo que afirmo debemos abordarlo como una reflexión sobre las cuestiones que me preocupan en esta etapa
de mi vida profesional.
Centrando la cuestión, el tipo de Educación Artística que tenemos y hemos tenido es la que hay y
no tiene solución ya. Aunque ofrezca posibilidades de arreglo y mejora, el margen del que disponemos no
implica grandes diferencias con lo que existe, y esto en el supuesto de que realmente tuviéramos alguna
intención de intervención.
El futuro que se nos presenta en el nuevo milenio que acabamos de empezar, tal y como nos lo ofrece nuestra sociedad
consumista, en términos de absoluta novedad, de cambio radical, de ruptura cuanto menos con el siglo anterior,
presupone que nos encontramos ante una encrucijada en la que se nos abren distintas opciones, alternativas, y
nuestros políticos nos venden la idea de que reside precisamente en nosotros la auténtica capacidad de
elección, acción y modificación de ese futuro.
Es precisamente en esta posición de alternativa discriminatoria, de capacidad de elección o, si lo
prefieren, de conciencia de situación presente la que me permite, por un momento, adoptar un papel que nunca
me ha parecido ni oportuno, ni interesante, salvo cuando está profundamente justificado. Me refiero al intento
de adivinar, de ejercer de vate premonitorio. Pero, como digo, trataré de explicar mi actitud tan poco
razonable.
Durante muchos y largos años he tratado de conocer los problemas de la Educación Artística, en
términos generales. Así abordé el tema de mi tesis doctoral, mis primeras investigaciones, mis
lecturas, mis viajes y hasta mis relaciones personales, en muchos casos, tuvieron esta preocupación en
común. En aquel momento me pareció el mejor modo de encontrar las soluciones que buscaba, o cuanto
menos las más coherentes para unos problemas que no se me presentaban con esas mismas características.
Es decir, una de las conclusiones que puedo realizar tras todos esos años que me han ocupado en el estudio de
la Educación Artística es que quienes nos ocupamos, en un sentido o en otro, de ella hablamos muchos
idiomas y en distintos niveles de expresión, y así es imposible entenderse.
Hace unos meses vaticiné o pronostiqué en otro ámbito que la Educación Artística
que hemos gozado en la Educación General durante este siglo XX había muerto. Lo hacía ejerciendo
una licencia que pretendía ser explícitamente retórica, pero clara y contundentemente expresiva,
de lo que pienso realmente. En aquel momento afirmaba que el tipo de Educación Artística referida a
las, bien o mal llamadas, Artes Plásticas y Visuales desaparecerá como contenido de la Educación
General , no sólo de nuestro país sino de nuestra cultura occidental o euroamericana (J.C.
Arañó, 2000).
Quiero dejar claro que no pretendo ser demagógico, ni alarmista, ni pretendo escandalizar gratuitamente, ni
hago esta premonición guiado por un sentimiento de pesimismo. Ni siquiera me anima una actitud de venganza,
por mi posición habitual de minoría extraña, hacia una actividad que puede que me haya provisto
de más ocasiones de lamentarme que de alegrarme. Sino que trato de ser objetivo y sensato y lo hago acomodado
en una situación personal presente de sosiego y tranquilidad. Y esta calma es la que da contundencia y valor a
mi vaticinio.
Es indudable que mi preocupación surge tanto como profesor y miembro de un grupo social, sino también
como padre, que sin intención excesivamente proteccionista valora preocupado el mundo que les espera a sus
hijos. En esta intención no pretendo encontrar culpables, tampoco modificaría la situación.
Además, siempre me ha parecido, que ya sea por exceso o por defecto todos somos culpables de las
circunstancias y estado en los que se encuentran todas las cosas de nuestra época y, más aún,
aquellas que nos ocupan profesionalmente. Es evidente que también hay grados de culpabilidad y
responsabilidad, pero vamos a dejar eso hoy de lado.
Sólo quiero recordar que la Educación Artística ha muerto; es más: podríamos
afirmar que todos hemos ayudado a que muriera, con premeditación, alevosía y nocturnidad. Y pese a que
mi afirmación pudiera confundir o escandalizar a toda o parte de la audiencia, no voy a entrar en ese debate
sino en sus causas y consecuencias. Es indudable que esta desaparición no será igual en todas partes,
ni en todos los niveles educativos, pero puede tener consideraciones dramáticas en algunos, como sucede en la
enseñanza secundaria.
En distintas ocasiones hemos considerado los efectos que el inmenso progreso de la ciencia moderna natural ha tenido
en la sociedad actual y, como consecuencia, la creciente racionalización de esta sociedad, y cómo, a su
vez, han generado un rumbo social técnico y científico en nuestra época en un intento de
búsqueda incesante de la verdad por los caminos de la ciencia. Un resultado efectivo de ello son las nuevas
tecnologías y el predominio que han adquirido actualmente en la sociedad occidental, y en el centro de todo
ello, como corolario, el acceso a la información por medio del uso de las redes informáticas. A mi
juicio el efecto social que están produciendo en nuestra cultura se podría comparar al efecto que sobre
la alimentación humana, y correspondientemente sobre el desarrollo y evolución biológica de los
humanos, tuvo la invención del frigorífico, o el conocimiento y uso del fuego. En otras palabras, igual
que la talla y la salud de los humanos varió con la aparición de estos inventos, nuestra cultura
variará de rumbo y catalizará en los próximos tiempos, de modo que nuestro mundo será tan
parecido a nosotros como ahora nos parecemos al siglo dieciocho.
El crecimiento imparable que tienen las nuevas redes y medios de comunicación e información ha
configurado una sociedad multicultural y mestiza cuyos reflejos nada van teniendo que ver con todo lo anterior.
Los supuestos de racionalidad en los que se sustenta nuestra vida actual están demasiado próximos a la
ciencia convencional y esta, según Hoyle, ha estado demasiado presta a destruir las creencias religiosas, sin
esforzarse por ofrecer a la sociedad otro credo emocionalmente satisfactorio. Así hemos sido testigos del
final de las ideologías y las formas de pensamiento tradicionales y, como dice Galindo Tixaire, "se
augura la muerte del humanismo en una sociedad tan tecnificada", probablemente más que la muerte, sea la
mutación "cyborg" de ese humanismo.
Ciertamente el mayor problema que esta situación presenta se focaliza en la tremenda dificultad para construir
un mundo de valores en la acepción tradicional de su semántica, la transmutación de estos o, si
lo prefieren, su transferencia y evolución en la realidad y la generación de un sentido de
acción personal. La panacea o el nirvana ofrecido como contrapartida por la nueva moralidad tecnológica
es la autoconfiguración de la personalidad, la duplicación virtual o no de la realidad: puedes ser
quien quieras. El sujeto, como todo lo demás, ha dejado de existir. Te puedes redefinir por completo si lo
deseas. Puedes modificarte el sexo, el género. Puedes ser hablador y comunicador o receptivo. Puedes ser menos
hablador. Lo que quieras o desees. No tienes que preocuparte tanto de cómo te encasillan los demás.
Resulta relativamente sencillo el modo en que te percibe la gente, porque lo único que se conoce de ti es lo
que muestras (Turkle, S., 1998). Somos códigos genéticos, escrituras matriciales. Podemos adoptar roles
sociales diferentes, podemos transformar nuestra identidad, construir/deconstruir nuestro cuerpo, definitivamente un
cuerpo sin órganos, sin determinación. "Es la época del Cyborg, nuestra ontología,
de la identidad como puro artificio. Y, consecuentemente, el reto de la representación de una subjetividad no
esencialista es tal vez la cuestión más inevitable de nuestra época" (A.
Martínez-Collado, 2000).
El Cyborg -en tanto que metáfora y modelo del nuevo sujeto inesencial- se presenta también como el
último gran mito moderno: él recoge, en efecto, todos los sueños de construcción de una
subjetividad liberada de carga edípica, de frustración cotidiana, la ilusión emancipatoria de un
sujeto pleno, feliz y autorrealizado. Pero sabemos que ese es un sueño feliz, equívoco e interesado, y
se trata precisamente de trabajar para desmantelarlo.
Ejemplo de los que decimos es la facilidad con que la opinión pública es modelada y manipulada por los
medios de comunicación, y son muchos los casos y ejemplos que podríamos citar ilustrando al respecto.
La tan criticada doble moralidad de Occidente se resiente respecto a los valores que sustenta. Somos capaces de
justificar las guerras y los crímenes más deleznables simplemente porque son promovidos por nuestros
propios intereses, y no sólo utilizamos los medios de comunicación para justificarlos sino para
moralizarlos y hasta para terminar acomodando a los tibios y disconformes o para anatemizarlos en caso de
inadaptación. Y los retransmitimos mientras nos alimentamos, y para nuestros hijos, porque este tipo de
programas son "para todos los públicos". Los medios y las nuevas tecnologías se erigen en las
iglesias de la nueva religión, catedrales virtuales de una moralidad social emergente.
Todavía hay quien llega más lejos pretendiendo la construcción de una tecnología como
parte relevante de las humanidades, atribuyéndoles la capacidad de creación y expresión que
estas poseen (J. Font-Agustí, 2000).
Ciertamente la irreversible rapidez de los cambios económicos está contribuyendo a modificar las
relaciones sociales en todos los ámbitos de la actividad humana, y no parece que esta tendencia vaya a
detenerse a las puertas de la escuela (F. Caivano, 2000).
Las nuevas tecnologías ofrecen, en este contexto, un papel instrumental importante y eficaz y, como
consecuencia, la transmutación de valores nos ofrece entonces productos como la globalización, un
concepto generado por la macroeconomía mundial y el neocapitalismo, no sólo como la única forma
de socialización actual, sino como un producto único de la democracia occidental actual, y hasta supone
un sinónimo de máxima calidad en todos los ámbitos y por qué no, de enseñanza,
humanismo y cultura.
En este sentido de globalización y de megaconceptos que actualmente se usan no debemos olvidar el proceso de
lo artístico que se nos presenta. Si en otras ocasiones en nuestros análisis conveníamos que las
variables intervinientes en el fenómeno artístico se habían convertido en algo complejo,
carentes de la monovalencia que el concepto clásico de arte les otorgaba como elementos inalterables para que
el fenómeno se produjera, las perspectivas que nos ofrece el futuro tecnológico hacen pensar incluso en
la desaparición de alguna de las variables. Es decir, que frente a la secuencialidad y simpleza del esquema
tradicional del fenómeno artístico, hoy se nos presenta otro mucho más complejo en
densificación dimensional adquirida por cada variable y su conjunto circunstancial (J.C. Arañó,
1996).
Quiero decir que tradicionalmente habíamos considerado que para que el fenómeno artístico se
diera debíamos partir de la existencia de un producto elaborado por un artista y este, con la
convención de la audiencia, otorgaba la categoría de lo artístico. Esto realmente ya no tiene
por que ser así. En las nuevas formas de arte no sólo se cuestiona el protagonismo del artista, o hasta
del espectador, sino hasta del propio producto. Los valores estéticos clásicos han trasmutado como si
la sombra de un Duchamp planeara por el ámbito. Algo impensable desde la perspectiva de una sociología
del arte. Es evidente que nos encontramos ante una rearticulación estructural del arte que participa o, a
veces, rechaza, pero que sin embargo utiliza e instrumentaliza la nueva moralidad (Deleuze).
Es evidente que las Artes Plásticas y Visuales no desaparecerán inmediatamente, pero también es
cierto que lo que entendemos por práctica artística ha sufrido cambios irreversibles que han afectado a
su concepto y estructura. Debemos pensar que las prácticas artísticas tradicionales, hoy más que
nunca, están fuera de lugar y contexto.
El arte en este cambio de siglo está en profunda transformación. Los criterios por los que se
regía hasta ahora se están modificando radicalmente, como otros aspectos de la sociedad. Muchos son los
factores que influyen, como estamos viendo:
De hecho, el fenómeno más característico de los últimos años en el terreno
artístico es lo que el teórico Hal Foster ha definido como "el retorno a lo real". Es decir,
el arte vuelve a estar implicado en el mundo, olvidando su ensimismamiento. Esto se refleja en los temas que trata y
en los medios que utiliza. Se intenta conectar con el público mediante técnicas procedentes de otras
disciplinas y con asuntos que afectan directamente a la vida. Los criterios y los temas destacan sobre el estilo y la
escuela en la práctica artística posmoderna: el impacto a cualquier precio, mostrar el horror de la
muerte, la violencia, el sexo (shock art), la dualidad, se han terminado los contrastes de clases, o raciales; las
distintas formas de vivir la sexualidad se hacen evidentes y visibles, y sobre todo comprender que para cualquier
individuo es difícilmente aceptable dejarse encerrar en categorías. La actualidad cultural se percibe
desde los efectos positivos de la globalización, la mayor circulación de la información
(internet), el conocimiento de otras realidades (multiculturalismo). La trasmutación de un nuevo activismo
social, en parte basado en una nueva comprensión de la individualidad frente al grupo: los problemas raciales,
la discriminación, la lucha contra el sida y la homofobia. La construcción de una identidad en un
cuerpo cambiante en el plano social y los roles que desempeña en una sexualidad diversa. Los procedimientos se
despersonalizan y se tecnifican: las videoinstalaciones persisten como referente, se versionan las películas y
obras de artistas "clásicos". Se reinterpretan. La fotografía explota su capacidad de
representar la realidad. Otros medios surgidos en los setenta como las instalaciones tratan de ser, a su vez, un
conjunto de los demás. Finalmente, el mundo de la moda se eleva a la categoría de espectáculo
artístico sofisticado de minorías y es quien mejor reúne las características necesarias
de ambigüedad y mestizaje, de estetificación difusa, que a todos nos afecta.
Whaley afirma que podremos pensar en las Artes Plásticas como actualmente muchos piensan sobre la
música clásica: como una cuestión propia de museos. Pero como Adorno indica, la palabra
"museal" tiene connotaciones desagradables, no sólo entre artistas, sino socialmente, puesto que
incluye en su descripción a los objetos con los que el espectador no tiene ya una relación vital y que
se encuentran en un proceso de extinción: "deben su preservación más al respeto
histórico que a las necesidades del presente. Museo y mausoleo son palabras conectadas por algo más que
la asociación fonética. Los museos son los sepulcros familiares de las obras de arte". Aquellos
lugares donde está impuesta la "ley del silencio" y, por supuesto, el imperativo de "no
tocar". Han dejado de ser excepcionales para convertirse, como les gusta decir a los burócratas, en
"poderosas máquinas de cultura".
Cuando hace meses realicé esta afirmación sobre la muerte de la Educación Artística fui
tachado de exagerado y alarmista; dos meses más tarde el gobierno decretó la reducción de las
materias de enseñanza secundaria. En los planes de estudios de las Facultades de Bellas Artes la carga docente
se ha reducido a una tercera parte y ello conlleva la desaparición de las tradicionales especialidades en las
artes plásticas. Sus efectos, como vemos, son, cuanto menos, contradictorios. En la Educación General
de los ciudadanos la Educación Artística , en lo que concierne a las Artes Plásticas, ha perdido
no solamente tiempo sino cotas de poder y presencia académica. Los departamentos universitarios ven
desaparecer su dedicación docente, potencial de crecimiento, y amenazan con desaparecer.
En Norteamérica el siglo veinte comenzó constituyendo el Comité de los Diez para el Dibujo, en
una excelsa toma de conciencia que los llevaría a redactar la primera taxonomía de objetivos
educacionales de la Educación Artística (Wilson, 1968). El veintiuno tiene otro comienzo...
"La Creatividad no está limitada a la gente que practica alguna de las formas tradicionales de arte,
incluso en el caso de la creatividad de los artistas no está restringida al ejercicio de su arte. Cada uno de
nosotros tiene un potencial creativo que permanece escondido tras la competitividad y la agresión que supone
el éxito. Reconocer, explorar y desarrollar este potencial es la labor de la escuela" (J. Beuys,
1973).
Es bastante cierto que está cambiando la racionalidad artística. Es muy posible que estos cambios en
vez de remitir en los próximos tiempos se acentúen hasta trasmutar sus intenciones y su función,
y es evidente que el mundo escolarizado está en transformación. Salvando la diferencia que debe existir
entre una educación artística profesional para artistas y la destinada a los ciudadanos en la
educación general, está claro que la "instrumentalidad" o manipulación procedimental
de las artes está siendo eliminada, quedando relegada a la exclusividad de los tratamientos
terapéuticos propios del Arte-Terapia. Así pues, la alternativa de la formación artística
pasa por la capacitación intelectual y la culturación visual, especialmente la formación
profesional. Es seguro que para que esto suceda sería necesaria una división institucional que hoy
día no existe en nuestro país y probablemente una refundación categorizada y sistemática
de los tipos de "educaciones artísticas", atendiendo a planteamientos conceptuales y
funcionales.
Derrida propone "prepararse a transformar de manera consecuente los modos de escritura, la escena
pedagógica, los procedimientos de co-locución, la relación con las lenguas, las demás
disciplinas con la institución en general, con su afuera y su adentro".
Referencias: