Marco Teórico para docentes

Arte y educación en una época Nasdaq por Juan Carlos Arañó Gisbert

"Succionado, absorbido por un vórtice de banalidad... acabas de perderte el siglo XX. Estás al borde del milenio, ¿cuál?, ¿eso qué importa? [...] Lo cautivador es la mezcla de fundidos. El contagio ardoroso de la fiebre del milenio funde lo retro con lo posmo, catapultando cuerpos con órganos hacia la tecnotopía... donde el código dicta el placer y satisface el deseo". (VNS Matriz, 1991: Manifiesto de la Zorra Mutante).


Cuando se trata de abordar el problema de la Educación Artística me asaltan muchas dudas que en parte corresponden a problemas conceptuales y en parte a dificultades de método, y me cuestiono cómo, por qué y qué formas de enseñanza se han venido sucediendo como distintas soluciones para su escolarización. Uno de los puntos de partida que podemos convenir, para tratar de entendernos y tratar de centrar a qué nos estamos refiriendo, es que en la cultura educativa y artística de nuestro país el tipo de Educación Artística que se ha venido implementando históricamente ha mantenido un tipo de concepto y métodos similares sin diferenciar prácticamente nada entre la necesidad que provoca la educación general de los ciudadanos o la que pudiera requerir un profesional de las artes. Y esta afirmación alcanza a todas las artes, aunque en alguna de ellas el problema sea más o menos profundo.


Sin embargo, no pretendo realizar hoy un análisis que nos transporte a arduas consideraciones o a cerradas posiciones. Mi intención es abordar la situación general en que nos encontramos, valorar las posibilidades potenciales y, tratando de hacer un alarde de prospectiva, intentaremos conocer el futuro que nos espera. Es más interesante, en estos momentos, hacer conjeturas del futuro, como un hecho sobre el que posiblemente todavía tenemos una cierta capacidad de acción y decisión, que no sobre el presente y pasado irremisibles.


Y todo lo que afirmo debemos abordarlo como una reflexión sobre las cuestiones que me preocupan en esta etapa de mi vida profesional.
Centrando la cuestión, el tipo de Educación Artística que tenemos y hemos tenido es la que hay y no tiene solución ya. Aunque ofrezca posibilidades de arreglo y mejora, el margen del que disponemos no implica grandes diferencias con lo que existe, y esto en el supuesto de que realmente tuviéramos alguna intención de intervención.


El futuro que se nos presenta en el nuevo milenio que acabamos de empezar, tal y como nos lo ofrece nuestra sociedad consumista, en términos de absoluta novedad, de cambio radical, de ruptura cuanto menos con el siglo anterior, presupone que nos encontramos ante una encrucijada en la que se nos abren distintas opciones, alternativas, y nuestros políticos nos venden la idea de que reside precisamente en nosotros la auténtica capacidad de elección, acción y modificación de ese futuro.


Es precisamente en esta posición de alternativa discriminatoria, de capacidad de elección o, si lo prefieren, de conciencia de situación presente la que me permite, por un momento, adoptar un papel que nunca me ha parecido ni oportuno, ni interesante, salvo cuando está profundamente justificado. Me refiero al intento de adivinar, de ejercer de vate premonitorio. Pero, como digo, trataré de explicar mi actitud tan poco razonable.
Durante muchos y largos años he tratado de conocer los problemas de la Educación Artística, en términos generales. Así abordé el tema de mi tesis doctoral, mis primeras investigaciones, mis lecturas, mis viajes y hasta mis relaciones personales, en muchos casos, tuvieron esta preocupación en común. En aquel momento me pareció el mejor modo de encontrar las soluciones que buscaba, o cuanto menos las más coherentes para unos problemas que no se me presentaban con esas mismas características. Es decir, una de las conclusiones que puedo realizar tras todos esos años que me han ocupado en el estudio de la Educación Artística es que quienes nos ocupamos, en un sentido o en otro, de ella hablamos muchos idiomas y en distintos niveles de expresión, y así es imposible entenderse.


Hace unos meses vaticiné o pronostiqué en otro ámbito que la Educación Artística que hemos gozado en la Educación General durante este siglo XX había muerto. Lo hacía ejerciendo una licencia que pretendía ser explícitamente retórica, pero clara y contundentemente expresiva, de lo que pienso realmente. En aquel momento afirmaba que el tipo de Educación Artística referida a las, bien o mal llamadas, Artes Plásticas y Visuales desaparecerá como contenido de la Educación General , no sólo de nuestro país sino de nuestra cultura occidental o euroamericana (J.C. Arañó, 2000).


Quiero dejar claro que no pretendo ser demagógico, ni alarmista, ni pretendo escandalizar gratuitamente, ni hago esta premonición guiado por un sentimiento de pesimismo. Ni siquiera me anima una actitud de venganza, por mi posición habitual de minoría extraña, hacia una actividad que puede que me haya provisto de más ocasiones de lamentarme que de alegrarme. Sino que trato de ser objetivo y sensato y lo hago acomodado en una situación personal presente de sosiego y tranquilidad. Y esta calma es la que da contundencia y valor a mi vaticinio.


Es indudable que mi preocupación surge tanto como profesor y miembro de un grupo social, sino también como padre, que sin intención excesivamente proteccionista valora preocupado el mundo que les espera a sus hijos. En esta intención no pretendo encontrar culpables, tampoco modificaría la situación. Además, siempre me ha parecido, que ya sea por exceso o por defecto todos somos culpables de las circunstancias y estado en los que se encuentran todas las cosas de nuestra época y, más aún, aquellas que nos ocupan profesionalmente. Es evidente que también hay grados de culpabilidad y responsabilidad, pero vamos a dejar eso hoy de lado.


Sólo quiero recordar que la Educación Artística ha muerto; es más: podríamos afirmar que todos hemos ayudado a que muriera, con premeditación, alevosía y nocturnidad. Y pese a que mi afirmación pudiera confundir o escandalizar a toda o parte de la audiencia, no voy a entrar en ese debate sino en sus causas y consecuencias. Es indudable que esta desaparición no será igual en todas partes, ni en todos los niveles educativos, pero puede tener consideraciones dramáticas en algunos, como sucede en la enseñanza secundaria.


En distintas ocasiones hemos considerado los efectos que el inmenso progreso de la ciencia moderna natural ha tenido en la sociedad actual y, como consecuencia, la creciente racionalización de esta sociedad, y cómo, a su vez, han generado un rumbo social técnico y científico en nuestra época en un intento de búsqueda incesante de la verdad por los caminos de la ciencia. Un resultado efectivo de ello son las nuevas tecnologías y el predominio que han adquirido actualmente en la sociedad occidental, y en el centro de todo ello, como corolario, el acceso a la información por medio del uso de las redes informáticas. A mi juicio el efecto social que están produciendo en nuestra cultura se podría comparar al efecto que sobre la alimentación humana, y correspondientemente sobre el desarrollo y evolución biológica de los humanos, tuvo la invención del frigorífico, o el conocimiento y uso del fuego. En otras palabras, igual que la talla y la salud de los humanos varió con la aparición de estos inventos, nuestra cultura variará de rumbo y catalizará en los próximos tiempos, de modo que nuestro mundo será tan parecido a nosotros como ahora nos parecemos al siglo dieciocho.


El crecimiento imparable que tienen las nuevas redes y medios de comunicación e información ha configurado una sociedad multicultural y mestiza cuyos reflejos nada van teniendo que ver con todo lo anterior.


Los supuestos de racionalidad en los que se sustenta nuestra vida actual están demasiado próximos a la ciencia convencional y esta, según Hoyle, ha estado demasiado presta a destruir las creencias religiosas, sin esforzarse por ofrecer a la sociedad otro credo emocionalmente satisfactorio. Así hemos sido testigos del final de las ideologías y las formas de pensamiento tradicionales y, como dice Galindo Tixaire, "se augura la muerte del humanismo en una sociedad tan tecnificada", probablemente más que la muerte, sea la mutación "cyborg" de ese humanismo.


Ciertamente el mayor problema que esta situación presenta se focaliza en la tremenda dificultad para construir un mundo de valores en la acepción tradicional de su semántica, la transmutación de estos o, si lo prefieren, su transferencia y evolución en la realidad y la generación de un sentido de acción personal. La panacea o el nirvana ofrecido como contrapartida por la nueva moralidad tecnológica es la autoconfiguración de la personalidad, la duplicación virtual o no de la realidad: puedes ser quien quieras. El sujeto, como todo lo demás, ha dejado de existir. Te puedes redefinir por completo si lo deseas. Puedes modificarte el sexo, el género. Puedes ser hablador y comunicador o receptivo. Puedes ser menos hablador. Lo que quieras o desees. No tienes que preocuparte tanto de cómo te encasillan los demás. Resulta relativamente sencillo el modo en que te percibe la gente, porque lo único que se conoce de ti es lo que muestras (Turkle, S., 1998). Somos códigos genéticos, escrituras matriciales. Podemos adoptar roles sociales diferentes, podemos transformar nuestra identidad, construir/deconstruir nuestro cuerpo, definitivamente un cuerpo sin órganos, sin determinación. "Es la época del Cyborg, nuestra ontología, de la identidad como puro artificio. Y, consecuentemente, el reto de la representación de una subjetividad no esencialista es tal vez la cuestión más inevitable de nuestra época" (A. Martínez-Collado, 2000).


El Cyborg -en tanto que metáfora y modelo del nuevo sujeto inesencial- se presenta también como el último gran mito moderno: él recoge, en efecto, todos los sueños de construcción de una subjetividad liberada de carga edípica, de frustración cotidiana, la ilusión emancipatoria de un sujeto pleno, feliz y autorrealizado. Pero sabemos que ese es un sueño feliz, equívoco e interesado, y se trata precisamente de trabajar para desmantelarlo.


Ejemplo de los que decimos es la facilidad con que la opinión pública es modelada y manipulada por los medios de comunicación, y son muchos los casos y ejemplos que podríamos citar ilustrando al respecto. La tan criticada doble moralidad de Occidente se resiente respecto a los valores que sustenta. Somos capaces de justificar las guerras y los crímenes más deleznables simplemente porque son promovidos por nuestros propios intereses, y no sólo utilizamos los medios de comunicación para justificarlos sino para moralizarlos y hasta para terminar acomodando a los tibios y disconformes o para anatemizarlos en caso de inadaptación. Y los retransmitimos mientras nos alimentamos, y para nuestros hijos, porque este tipo de programas son "para todos los públicos". Los medios y las nuevas tecnologías se erigen en las iglesias de la nueva religión, catedrales virtuales de una moralidad social emergente.


Todavía hay quien llega más lejos pretendiendo la construcción de una tecnología como parte relevante de las humanidades, atribuyéndoles la capacidad de creación y expresión que estas poseen (J. Font-Agustí, 2000).


Ciertamente la irreversible rapidez de los cambios económicos está contribuyendo a modificar las relaciones sociales en todos los ámbitos de la actividad humana, y no parece que esta tendencia vaya a detenerse a las puertas de la escuela (F. Caivano, 2000).


Las nuevas tecnologías ofrecen, en este contexto, un papel instrumental importante y eficaz y, como consecuencia, la transmutación de valores nos ofrece entonces productos como la globalización, un concepto generado por la macroeconomía mundial y el neocapitalismo, no sólo como la única forma de socialización actual, sino como un producto único de la democracia occidental actual, y hasta supone un sinónimo de máxima calidad en todos los ámbitos y por qué no, de enseñanza, humanismo y cultura.


En este sentido de globalización y de megaconceptos que actualmente se usan no debemos olvidar el proceso de lo artístico que se nos presenta. Si en otras ocasiones en nuestros análisis conveníamos que las variables intervinientes en el fenómeno artístico se habían convertido en algo complejo, carentes de la monovalencia que el concepto clásico de arte les otorgaba como elementos inalterables para que el fenómeno se produjera, las perspectivas que nos ofrece el futuro tecnológico hacen pensar incluso en la desaparición de alguna de las variables. Es decir, que frente a la secuencialidad y simpleza del esquema tradicional del fenómeno artístico, hoy se nos presenta otro mucho más complejo en densificación dimensional adquirida por cada variable y su conjunto circunstancial (J.C. Arañó, 1996).


Quiero decir que tradicionalmente habíamos considerado que para que el fenómeno artístico se diera debíamos partir de la existencia de un producto elaborado por un artista y este, con la convención de la audiencia, otorgaba la categoría de lo artístico. Esto realmente ya no tiene por que ser así. En las nuevas formas de arte no sólo se cuestiona el protagonismo del artista, o hasta del espectador, sino hasta del propio producto. Los valores estéticos clásicos han trasmutado como si la sombra de un Duchamp planeara por el ámbito. Algo impensable desde la perspectiva de una sociología del arte. Es evidente que nos encontramos ante una rearticulación estructural del arte que participa o, a veces, rechaza, pero que sin embargo utiliza e instrumentaliza la nueva moralidad (Deleuze).


Es evidente que las Artes Plásticas y Visuales no desaparecerán inmediatamente, pero también es cierto que lo que entendemos por práctica artística ha sufrido cambios irreversibles que han afectado a su concepto y estructura. Debemos pensar que las prácticas artísticas tradicionales, hoy más que nunca, están fuera de lugar y contexto.


El arte en este cambio de siglo está en profunda transformación. Los criterios por los que se regía hasta ahora se están modificando radicalmente, como otros aspectos de la sociedad. Muchos son los factores que influyen, como estamos viendo:


De hecho, el fenómeno más característico de los últimos años en el terreno artístico es lo que el teórico Hal Foster ha definido como "el retorno a lo real". Es decir, el arte vuelve a estar implicado en el mundo, olvidando su ensimismamiento. Esto se refleja en los temas que trata y en los medios que utiliza. Se intenta conectar con el público mediante técnicas procedentes de otras disciplinas y con asuntos que afectan directamente a la vida. Los criterios y los temas destacan sobre el estilo y la escuela en la práctica artística posmoderna: el impacto a cualquier precio, mostrar el horror de la muerte, la violencia, el sexo (shock art), la dualidad, se han terminado los contrastes de clases, o raciales; las distintas formas de vivir la sexualidad se hacen evidentes y visibles, y sobre todo comprender que para cualquier individuo es difícilmente aceptable dejarse encerrar en categorías. La actualidad cultural se percibe desde los efectos positivos de la globalización, la mayor circulación de la información (internet), el conocimiento de otras realidades (multiculturalismo). La trasmutación de un nuevo activismo social, en parte basado en una nueva comprensión de la individualidad frente al grupo: los problemas raciales, la discriminación, la lucha contra el sida y la homofobia. La construcción de una identidad en un cuerpo cambiante en el plano social y los roles que desempeña en una sexualidad diversa. Los procedimientos se despersonalizan y se tecnifican: las videoinstalaciones persisten como referente, se versionan las películas y obras de artistas "clásicos". Se reinterpretan. La fotografía explota su capacidad de representar la realidad. Otros medios surgidos en los setenta como las instalaciones tratan de ser, a su vez, un conjunto de los demás. Finalmente, el mundo de la moda se eleva a la categoría de espectáculo artístico sofisticado de minorías y es quien mejor reúne las características necesarias de ambigüedad y mestizaje, de estetificación difusa, que a todos nos afecta.


Whaley afirma que podremos pensar en las Artes Plásticas como actualmente muchos piensan sobre la música clásica: como una cuestión propia de museos. Pero como Adorno indica, la palabra "museal" tiene connotaciones desagradables, no sólo entre artistas, sino socialmente, puesto que incluye en su descripción a los objetos con los que el espectador no tiene ya una relación vital y que se encuentran en un proceso de extinción: "deben su preservación más al respeto histórico que a las necesidades del presente. Museo y mausoleo son palabras conectadas por algo más que la asociación fonética. Los museos son los sepulcros familiares de las obras de arte". Aquellos lugares donde está impuesta la "ley del silencio" y, por supuesto, el imperativo de "no tocar". Han dejado de ser excepcionales para convertirse, como les gusta decir a los burócratas, en "poderosas máquinas de cultura".


Cuando hace meses realicé esta afirmación sobre la muerte de la Educación Artística fui tachado de exagerado y alarmista; dos meses más tarde el gobierno decretó la reducción de las materias de enseñanza secundaria. En los planes de estudios de las Facultades de Bellas Artes la carga docente se ha reducido a una tercera parte y ello conlleva la desaparición de las tradicionales especialidades en las artes plásticas. Sus efectos, como vemos, son, cuanto menos, contradictorios. En la Educación General de los ciudadanos la Educación Artística , en lo que concierne a las Artes Plásticas, ha perdido no solamente tiempo sino cotas de poder y presencia académica. Los departamentos universitarios ven desaparecer su dedicación docente, potencial de crecimiento, y amenazan con desaparecer.


En Norteamérica el siglo veinte comenzó constituyendo el Comité de los Diez para el Dibujo, en una excelsa toma de conciencia que los llevaría a redactar la primera taxonomía de objetivos educacionales de la Educación Artística (Wilson, 1968). El veintiuno tiene otro comienzo...
"La Creatividad no está limitada a la gente que practica alguna de las formas tradicionales de arte, incluso en el caso de la creatividad de los artistas no está restringida al ejercicio de su arte. Cada uno de nosotros tiene un potencial creativo que permanece escondido tras la competitividad y la agresión que supone el éxito. Reconocer, explorar y desarrollar este potencial es la labor de la escuela" (J. Beuys, 1973).
Es bastante cierto que está cambiando la racionalidad artística. Es muy posible que estos cambios en vez de remitir en los próximos tiempos se acentúen hasta trasmutar sus intenciones y su función, y es evidente que el mundo escolarizado está en transformación. Salvando la diferencia que debe existir entre una educación artística profesional para artistas y la destinada a los ciudadanos en la educación general, está claro que la "instrumentalidad" o manipulación procedimental de las artes está siendo eliminada, quedando relegada a la exclusividad de los tratamientos terapéuticos propios del Arte-Terapia. Así pues, la alternativa de la formación artística pasa por la capacitación intelectual y la culturación visual, especialmente la formación profesional. Es seguro que para que esto suceda sería necesaria una división institucional que hoy día no existe en nuestro país y probablemente una refundación categorizada y sistemática de los tipos de "educaciones artísticas", atendiendo a planteamientos conceptuales y funcionales.


Derrida propone "prepararse a transformar de manera consecuente los modos de escritura, la escena pedagógica, los procedimientos de co-locución, la relación con las lenguas, las demás disciplinas con la institución en general, con su afuera y su adentro".


Referencias:

La Isla de los Inventos Municipalidad de Rosario - Secretaría de Cultura y Educación