Luego de lo expuesto, podemos decir que el eje de la propuesta es la formación del ciudadano que transita. Entonces, las normas de tránsito debieran ser entendidas como una necesidad racional de la convivencia en vez de abordarse como decisiones ajenas sin sustento alguno. Este aspecto es fundamental a fin de inscribir la Educación del transeúnte en la educación para la ciudadanía, pues uno de los propósitos centrales de la escuela es contribuir a la construcción de prácticas morales autónomas y solidarias.

El tránsito reúne derechos y responsabilidades de diferentes sectores, que se traducen en conflictos no siempre fáciles de resolver. En este contexto, la escuela puede aportar al análisis de cuestiones vinculadas con el espacio público, con su uso y su regulación. La escuela puede y debe preparar a los estudiantes para circular con conciencia de los derechos y responsabilidades que competen a cada ciudadano; debe prepararlos para participar de los debates que se susciten acerca de las modalidades y las regulaciones de circulación; debe prepararlos para que asuman una actitud de participación crítica y creativa en la resolución de los conflictos que atañen al espacio público en sus aspectos territoriales.

No se trata sólo de que los estudiantes tomen conciencia de la necesidad de respetar las normas, sino de que se apropien del problema y se hagan cargo de analizar la legitimidad de las respuestas.

A su vez, la preparación para transitar incluye al menos tres aspectos: la formación del peatón, la formación del usuario de transporte público de pasajeros y la formación del conductor de vehículos. Se trata de tres prácticas diferentes y convergentes, pues las modalidades de circulación van variando según la edad de los alumnos, sus posibilidades económicas, sus elecciones.

En todos los casos, se busca que los estudiantes encuentren significatividad personal y utilidad concreta en los contenidos escolares, a fin de comprometer su interés en el aprendizaje.

El aporte de las disciplinas se inscribe en criterios pedagógicos sobre los cuales se asienta la enseñanza. Son criterios de diferente envergadura, pero todos tienen consecuencias didácticas, ya sea en la selección de contenidos o en la secuenciación de las actividades propuestas. A continuación, presentamos algunos de esos criterios:

Observar y analizar el tránsito y el transporte en situaciones cotidianas

Se requiere una observación asistida del entorno próximo del alumno para reconocer y relevar los espacios, objetos, las personas y los modos de circulación de los usuarios de la vía pública.

La tarea de enseñanza debe incluir situaciones vitales cotidianas, o posibles, de los estudiantes, estimulando la observación crítica de los modos de circulación y transporte y procurando todo el tiempo el involucramiento personal y autocrítico que permita la vinculación de los conceptos que se enseñarán con la realidad. De esta manera se propicia un análisis estratégico de las decisiones de circulación en función de riesgos y beneficios personales y sociales.

Advertir que la circulación existente no es un fenómeno natural sino una construcción social

La posibilidad de visualizar los problemas y de modificar las actitudes de tránsito depende en buena medida de que los estudiantes puedan concebir otras modalidades posibles. Para ello, es necesario que la enseñanza permita comparar las redes y flujos del entorno cercano con las existentes en otros contextos, que los estudiantes analicen experiencias de otras localidades argentinas o extranjeras, actuales o pasadas, que discutan propuestas elaboradas desde diferentes organizaciones.

La escuela tiene la responsabilidad de habilitar la deliberación sobre problemas del tránsito frente a los cuales los estudiantes pueden tomar posición y generar propuestas.

Mirar el tránsito y el transporte desde diferentes perspectivas

Como toda enseñanza referida a la realidad social, un componente básico para la comprensión de los problemas y para la desnaturalización de las respuestas habituales es facilitar en los estudiantes la adopción de diferentes puntos de vista. En este caso, los conflictos de tránsito se aprecian de otro modo desde la óptica de los peatones, de quienes conducen vehículos livianos o de los automovilistas. Los transeúntes observan aspectos diferentes de la eficacia y pertinencia de las redes de los que observan los funcionarios del gobierno; el transporte de pasajeros es evaluado de distinto modo por los usuarios, los empresarios y los trabajadores; el recorrido de una línea de transporte de cargas o de pasajeros puede ser indiferente para los habitantes de las ciudades terminales y clave para los habitantes de zonas rurales o pequeñas localidades que se ven afectados por su presencia o ausencia.

A su vez, geógrafos, urbanistas, abogados o ingenieros pueden analizar cada uno de estos problemas desde conceptos y perspectivas disímiles, atendiendo a diferentes objetos de estudio a partir de una misma realidad.

Vincular hechos y derechos

Toda norma tiene sentido en función de los conflictos reales o hipotéticos que busca regular y en relación con ellos debe ser enseñada cada disposición relacionada con la circulación. En tanto la enunciación legal es una respuesta a un problema y, como tal, tiene fundamentos técnicos y políticos, estos pueden ser revisados y corregidos.

Por tales motivos, la enseñanza de las normas viales tiene que vincular lo legal con la realidad social que busca atender y con las prácticas reales de circulación. La escuela aporta a la formación del transeúnte a través del conocimiento; su aporte no puede reducirse a un mero adiestramiento o entrenamiento.