Preámbulo de la Convención sobre los Derechos del Niño

[...] El niño debe estar plenamente preparado para una vida independiente en sociedad y ser educado en el espíritu de los ideales proclamados en la Carta de las Naciones Unidas y, en particular, en un espíritu de paz, dignidad, tolerancia, libertad, igualdad y solidaridad.

No todos los conflictos son iguales. Existen conflictos personales (por ejemplo, cuando tenemos que tomar decisiones difíciles), sociales e interpersonales. Estos últimos transcurren en los espacios en los que la gente interactúa, como en la escuela, la familia o el barrio.

Podemos decir que hay conflictos interpersonales cuando existen diferencias de intereses, de opiniones o de manera de obrar. Por ejemplo, es habitual que los chicos disputen por algo que cada uno cree merecer, o que los adultos y niños se enfrenten por cuestiones de disciplina. Desde luego, también sucede entre pares, por divergencia de intereses o perspectivas.

Los conflictos son parte de la convivencia, ya que cuando la gente puede expresarse, es razonable que manifieste diferentes puntos de vista. También son una buena oportunidad para conocer lo que cada uno necesita y buscar soluciones que respeten los derechos de todos. A veces se hace difícil lograrlo, porque existe una tendencia natural a interpretar las diferencias de opinión como una amenaza. Cuando alguien tiene una explicación muy distinta a la propia sobre un mismo hecho, se siente que la certeza propia se pone en riesgo y se suele considerar que el otro está equivocado o miente.

Los conflictos en sí mismos no son buenos ni malos, todo depende del tipo de respuestas que provoquen. Entre éstas, la que debe evitarse es la violencia.

Un conflicto se convierte en una oportunidad educativa muy valiosa si usamos su potencial para que los alumnos desarrollen la capacidad de dialogar, entender y valorar las necesidades de los demás tanto como las propias y aprender a negociar, o a aceptar la mediación de un tercero para encontrar soluciones justas y creativas.

En contraste con otros contenidos, en este tema no sólo podemos planificar actividades sino que necesitamos estar atentos para captar sucesos espontáneos de la realidad y utilizarlos pedagógicamente.

Enseñar a manejar los conflictos requiere:

CBC del Capítulo Formación Ética y Ciudadana desarrollados en las actividades propuestas para este eje.

El cuento del lobo

El bosque era mi hogar. Yo vivía allí y me gustaba mucho. Siempre trataba de mantenerlo ordenado y limpio. Un día soleado, mientras estaba recogiendo las basuras dejadas por unos excursionistas, sentí pasos. Me escondí detrás de un árbol y vi venir una niña vestida en forma muy divertida: toda de rojo y su cabeza cubierta, como si no quisiera que la vieran. Andaba feliz y comenzó a cortar las flores de nuestro bosque, sin pedir permiso a nadie, quizás ni se le ocurrió que estas flores no le pertenecían. Naturalmente, me puse a investigar. Le pregunté quién era, de dónde venía, a dónde iba, a lo que ella me contestó, cantando y bailando, que iba a casa de su abuelita con una canasta para el almuerzo. Me pareció una persona honesta, pero estaba en mi bosque, cortando flores. De repente, sin ningún remordimiento, mató a un zancudo que volaba libremente, pues también el bosque era para él. Así que decidí darle una lección y enseñarle lo serio que es meterse en el bosque sin anunciarse antes y comenzar a maltratar a sus habitantes.

La dejé seguir su camino y corrí a la casa de la abuelita. Cuando llegué me abrió la puerta una simpática viejecita, le expliqué la situación y ella estuvo de acuerdo con que su nieta merecía una lección. La abuelita aceptó permanecer fuera de la vista hasta que yo la llamara y se escondió debajo de la cama.

Cuando llegó la niña la invité a entrar al dormitorio donde estaba yo acostado, vestido con la ropa de la abuelita. La niña llegó, sonrojada, y me dijo algo desagradable acerca de mis grandes orejas. He sido insultado antes, así que traté de ser amable y le dije que mis grandes orejas eran para oírla mejor. Ahora bien, me agradaba la niña y traté de prestarle atención, pero ella hizo otra observación insultante acerca de mis ojos saltones. Ustedes comprenderán que empecé a sentirme enojado. La niña tenía bonita apariencia, pero empezaba a serme antipática.

Sin embargo, pensé que debía poner la otra mejilla y le dije que mis ojos me ayudaban a verla mejor. Pero su siguiente insulto sí me encolerizó. Siempre he tenido problemas con mis grandes y feos dientes y esa niña hizo un comentario realmente grosero. Sé que debí haberme controlado, pero salté de la cama y le gruñí, enseñándole toda mi dentadura y diciéndole que eran así de grandes para comerla mejor. Ahora, piensen ustedes: ningún lobo puede comerse a una niña. Todo el mundo lo sabe. Pero esa niña empezó a correr por toda la habitación gritando y yo corría detrás de ella tratando de calmarla. Como tenía puesta la ropa de la abuelita y me molestaba para correr, me la quité, pero fue mucho peor. La niña gritó aún más. De repente, la puerta se abrió y apareció un leñador con un hacha enorme y afilada. Yo lo miré y comprendí que corría peligro, así que salté por la ventana y escapé.

Me gustaría decirles que éste es el final de la historia, pero desgraciadamente no es así. La abuelita jamás contó mi parte de la historia y no pasó mucho tiempo sin que se corriera la voz que yo era un lobo malo y peligroso. Todo el mundo comenzó a evitarme. No sé qué le pasaría a esa niña antipática y vestida en forma tan rara, pero sí les puedo decir que yo nunca pude contar mi historia. Ahora ustedes ya lo saben.

Tomado de materiales educativos del Instituto Interamericano de Derechos Humanos

Actividad para EGB1

Objetivos

Que los alumnos:

Desarrollo

Actividad para EGB2

Objetivos

Que los alumnos:

Desarrollo

Versión y Mentira

Muchas veces pensamos que si tenemos "la razón", la otra persona no puede tenerla. Pueden coexistir distintos modos de interpretar hechos; no necesariamente uno es verdad y otro es mentira. Aceptar y conocer los diferentes puntos de vista nos enriquece a todos.

El reconocimiento de una "versión" parte de dos actitudes básicas: buscar sinceramente la verdad sobre un hecho o acontecimiento y reconocer los alcances y límites del propio punto de vista. Dichas actitudes marcan el tope de esta consideración. No toda versión es legítima. Esto ocurre cuando la otra versión se manifiesta claramente en contra de la razón o de los hechos, o cuando pretende erigirse como la única posible.