Se considera que un desastre es un suceso súbito o inesperado, de carácter violento, que provoca un número variable de víctimas que supera la capacidad de atención médica con los recursos habituales de una organización.
Los desastres pueden ser producidos por fenómenos naturales como terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, huracanes y mareas; o producidos por el hombre: incendios, inundaciones por ruptura de represas, explosiones, exposición a productos químicos o nucleares, colisiones viales, marítimas, ferroviarias, aéreas, guerra, tumultos y pánico en estadios o lugares públicos, actos de terrorismo, etcétera.
Si bien los fenómenos naturales no se pueden prevenir, sí se pueden mitigar sus consecuencias, lo cual no es poco. En el caso de los producidos por el hombre siempre existe una posibilidad de intervención para evitar que ocurran o reducir las consecuencias.
En nuestro país, los desastres naturales más comunes son las inundaciones y los incendios forestales. En ambos casos el desastre ecológico es de gran importancia, pero pocas personas requieren asistencia médica a excepción de la primera etapa de las inundaciones, cuando pueden ocurrir muertes principalmente por ahogamiento y, en menor escala, por traumatismos o accidentes similares.
Es preciso diferenciar entre los desastres y las situaciones con víctimas en masa. Se considera desastre cuando está comprometido el sistema local de salud, por ejemplo, un terremoto que además derrumba el hospital; mientras que en las situaciones de víctimas en masa el sistema de salud está intacto y puede dar una mejor respuesta a la atención de la emergencia. La respuesta a estas situaciones debe ser siempre institucionalizada y organizada, para lo cual debe existir una planificación previa a la ocurrencia del desastre. Parte fundamental de esta organización es la participación de una comunidad organizada y entrenada, capaz de saber qué hacer y qué cosas no hacer para facilitar la tarea del conjunto.