Foto de Manuel CastellsEl sociólogo español Manuel Castells es uno de los intelectuales que con mayor sensibilidad y precisión han explicado las relaciones entre la web y las sociedades actuales. Es un pensador que ha sido comparado con Adam Smith y Karl Marx por su esfuerzo por comprender la complejidad de los mecanismos de funcionamiento de lo que él denomina el capitalismo de la información. Fue profesor de diversas universidades europeas y americanas, entre ellas Berkeley, Universidad Autónoma de Madrid, Nanterre, Montreal, Universidad Católica de Chile, Wisconsin, y es miembro de la Academia Europea y del Alto Comité de Expertos sobre la Sociedad de la Información.

Su obra clave es una trilogía publicada bajo el título general de La Era de la Información: La Sociedad Red (1996), El poder de la identidad (1997), Fin de Milenio (1998).

Esta entrevista realizada en el 2013 -que se transcribe parcialmente- fue publicada en Muy interesante digital.

—En la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información, celebrada en diciembre de 2003 en Ginebra bajo el auspicio de la ONU, se esperaban medidas para asegurar que la mitad de la población mundial estuviera conectada a internet antes del año 2015. Sin embargo, los principales temas han quedado pospuestos y la impresión general es que la cumbre no ha funcionado. ¿Cuál es su opinión?

—Yo estoy en el comité asesor de Kofi Annan, secretario general de la ONU, en tecnologías de la información, pero al mismo tiempo soy absolutamente crítico sobre lo que ha pasado en Ginebra. Se veía venir que la cumbre no serviría para nada, y la culpa no es de Kofi Annan ni de las Naciones Unidas. Es de los gobiernos que abordaron esa reunión con un objetivo primordial: cómo controlar internet. Ese era el propósito, aunque se hablase de solidaridad mundial.

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—Kofi Annan dijo que en la red actual sobran contenidos lúdicos dirigidos a los usuarios de los países ricos y faltan contenidos sociales que podrían cambiar la vida de millones de personas que viven en zonas pobres...

—Es así. Mucha de la información básica sobre educación, salud, agricultura y otros temas que necesita la gente de zonas poco desarrolladas y que cambiaría su nivel y sus expectativas de vida podría divulgarse fácilmente a través de internet. Hay Estados, como Sudáfrica o Chile, que están haciendo cosas en este sentido, pero la mayoría hace muy poco o nada. Y, además, en muchos países las telecomunicaciones son solo un sector especulativo.


—¿Quién debe poner en la red los contenidos sociales que faltan?

—Donde la sociedad civil y el mercado no llegan, ahí deben actuar los gobiernos y las instituciones públicas, incluida la ONU. Pero esta depende de los gobiernos y ya hemos visto lo que ha pasado en Ginebra.


—Varias naciones africanas han pedido la creación de un fondo común para el desarrollo global de la sociedad de la información, y los países ricos han dicho que tienen que estudiar el tema. ¿Ve este fondo como un sistema viable y útil?

—Sin duda. Yo lo propuse hace tiempo y lo mismo han hecho otros expertos. Hace falta un nuevo Plan Marshall. Lo llamo así recogiendo el nombre del plan con el que Estados Unidos ayudó a Europa tras la Segunda Guerra Mundial, en una operación que fue beneficiosa para ambas partes. Ahora se trata de que el Norte ayude al Sur a entrar en la sociedad de la información. Los fondos necesarios deberían ser aportados por los gobiernos y por las multinacionales del sector, cuidando que las partidas se asignasen a proyectos concretos y vigilando su aplicación.

Siempre que se habla de estos temas aparecen las dudas sobre si las inversiones en tecnología e información deben o no ser prioritarias sobre otras más clásicas...

La tecnología es transversal, impregna todos los aspectos de la sociedad. Hay que entender que internet es, en la sociedad de la información, el equivalente a la corriente eléctrica en la época de la revolución industrial. Son la base del desarrollo del futuro y en muchos casos la única manera de mejorar la economía, la salud o la enseñanza de las zonas en desarrollo.


—¿Cómo actúan la edad y la educación en la creación de la brecha digital?

—Se cruzan y complementan. Si observamos a las generaciones jóvenes, hasta 30 años, vemos que tienen un nivel de estudios similar al de otros países de nuestro entorno y que son usuarios habituales de la red. En cambio, entre los mayores de 50 años, el nivel de estudios es mucho más bajo (herencia directa del franquismo) y el número de usuarios de la red es bajísimo. Hay un contraste brutal entre la población joven, que está participando en el cambio tecnológico, y la población mayor, que está quedando al margen.

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—¿Cómo se les puede interesar?

—Hay que ofrecerles cosas que sirvan. Las campañas y cursillos de alfabetización digital no sirven de nada si no se crean usos y contenidos que atraigan a la gente. Se pueden hacer cosas tan sencillas y efectivas como que los niños enseñen a sus abuelos a usar internet.

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—Hay instituciones que piensan que con tener unas páginas en internet está todo hecho...

—Internet implica una triple reforma: tecnológica, de organización y de la forma de utilizar los recursos humanos. Efectivamente, hay muchas Administraciones públicas que piensan que basta con tener portal en internet. Y por eso colocan tablones de anuncios en la red, que son aburridísimos y que no aprovechan los nuevos recursos tecnológicos para establecer otro tipo de servicios, de organización y de relación con los usuarios.

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—Internet es un modelo tecnológico abierto, pero la informática comercial está dominada por una empresa. ¿Afecta eso al desarrollo de la sociedad de la información?

—Sí, negativamente. Como muchos internautas, soy anti-Microsoft y creo que vivimos bajo un imperialismo tecnológico que es nocivo por cultura y por efectos económicos. Hay países en los que el coste de un sistema operativo equivale al salario de meses de un trabajador. Los sistemas de código abierto, cuyo emblema es Linux, se están aplicando ya para muchas cosas y en un plazo razonable de tiempo dominarán el escenario. Están elaborados por gente que quiere compartir el conocimiento y permiten que cada uno haga libremente las adaptaciones locales y puntuales que se necesiten, que son infinitas.

Esto implica un replanteamiento del concepto de la propiedad intelectual.

En la era de la información, hay elementos como los sistemas operativos que son la base de la escritura, del trabajo y de cualquier actividad. Por tanto, no deberían ser propiedad de nadie. Es como si, cuando se inventó la escritura, alguien se hubiese apropiado de ella.


—¿Cree usted que Microsoft asumirá este cambio?

—Yo creo que sí. Bill Gates es un excelente comerciante y ya ha dado algún paso en ese sentido, abriendo parte del código de Windows a algunos clientes importantes. Estoy seguro de que reconvertirá su empresa y aceptará la demanda social del código abierto. Otra cosa es que por sus intereses intente alargar al máximo la transición.


—La sociedad de la información está en marcha, pero con dudas sobre su futuro. ¿Cuáles deben ser las acciones básicas para impulsar su implantación?

—En España hay que combatir la brecha de la que hemos hablado y abordar aspectos de educación, cambio organizativo e introducción tecnológica en todos los ámbitos. Y en el mundo, avanzar en los temas que han quedado pendientes en Ginebra. Pero el problema no es decir lo que hay que hacer, porque ya se sabe. La cuestión clave es si esto se considera una prioridad política y encontrar los recursos financieros y humanos necesarios.